Caricias para un después ...

Salió por la blanca puerta media hora después de que cenicienta seguramente estaba en casa, extasiada en brazos de Morfeo. Las caricias rodaron por el piso de baldosas blancas y el susurro de la noche hizo complicidad con el morbo que repentinamente había comenzado desde el domingo. Esta vez desnudó su alma; dejó de estar a menos de un metro besando sus labios con los que tanto había fantaseado, con picardía, sin mesura, con el éxtasis del perfume más exquisito que emanaba de su cuello y su cuerpo blanco casi caucásico y su canción ambientando sus razones. Divisó la hermosura de su mirada de ojos traviesos, decodificando la enigmática narrativa de sus palabras reservadas. Esta vez habían pocas preguntas, un poco más de abrazos y el romance más sensual en el sofá de palmeras africanas. El maldito rubor dejó al descubierto la placidez de saber que no era un sueño tocar su piel, respirar su dulce aliento, deslizar sus manos por el contorno de su silueta. La noche envolvía el romance, la complicidad, sin luna pendenciera y el sorbo de ron entrecortando el derroche del placer antepuesto a media luz. Sintió la serenidad más emotiva ganándole al fantasma que rodeaba su optimista conciencia despierta en sus hermosas pestañas, como el amarillo que engalanaba su cuerpo, como el roce de sus labios y el atrevimiento de sus gestos. Esta vez no era una ilusión sentir que daba la espalda para perderse como la vez anterior sin un abrazo, sin tan sólo un beso; quiso congelar cada instante y enmarcarlo al lado del placer insolente del calor de su piel, pero esta vez el cruel déja vú volvía a repetirse al escuchar el sonido chillón de las bocinas del taxi que había llegado en el momento menos oportuno… sin vergüenza y apuro, volvían a vestir sus cuerpos en penumbras para dejar tiradas en el mismo frío piso de baldosas blancas, las caricias para un después…