Calmita ansió casarse con José su segundo esposo. Procrearon una hija a la que habían llamado Josefina. Vivian en convivencia entre iglesia, alabanzas y tranquilidad junto a su retoño.
La vida transcurría cotidianamente entre ellos hasta que una mañana las cosas cambiaron el destino de Calmita la esposa que siempre estaba en casa mientras José lentamente se acomodaba a la vida sin esforzarse mucho por echar andar los años que caían sobre su espalda. Una trombosis quebró la salud de Calmita y aniquiló casi todas las neuronas de la cordura en su cabeza.
Las ansias de escuchar la frase “hasta que la muerte los separe”, superó lentamente este quebranto y su locura esporádica solía aparecer cada luna llena y vagaba en un mundo de fantasía, cánticos y su dilema de casarse con su septuagenario esposo.
La vida transcurría cotidianamente entre ellos hasta que una mañana las cosas cambiaron el destino de Calmita la esposa que siempre estaba en casa mientras José lentamente se acomodaba a la vida sin esforzarse mucho por echar andar los años que caían sobre su espalda. Una trombosis quebró la salud de Calmita y aniquiló casi todas las neuronas de la cordura en su cabeza.
Las ansias de escuchar la frase “hasta que la muerte los separe”, superó lentamente este quebranto y su locura esporádica solía aparecer cada luna llena y vagaba en un mundo de fantasía, cánticos y su dilema de casarse con su septuagenario esposo.
Cuando Calmita estuvo en lecho de muerte, su esposo hizo la promesa ante Dios de que si le concedía la vida, él haría realidad el sueño de su esposa: desfilar con ella en la iglesia ambos vestidos de blanco. El creador escuchó su plegaria y sanó a la afligida esposa.
Todos los domingos Calmita asistía a la iglesia y en ocasiones le decía al sacerdote que le acordara a José cumplir su promesa. José ignoraba por completo su deuda como si la misma la hubiera hecho al viento y sus palabras volaron como gaviotas en un prado en la estación de primavera, cual mariposa juguetona.
Las noches de grande esfera en el cielo, Calmita volvía a sumergirse en su mundo de sueños y en uno de sus regreso al hogar, su esposo le dijo que se fuera de la casa. Tenían 35 años conviviendo bajo un mismo techo, durmiendo bajo las mismas sabanas y compartiendo sueños y realidades separadas.
Todos los domingos Calmita asistía a la iglesia y en ocasiones le decía al sacerdote que le acordara a José cumplir su promesa. José ignoraba por completo su deuda como si la misma la hubiera hecho al viento y sus palabras volaron como gaviotas en un prado en la estación de primavera, cual mariposa juguetona.
Las noches de grande esfera en el cielo, Calmita volvía a sumergirse en su mundo de sueños y en uno de sus regreso al hogar, su esposo le dijo que se fuera de la casa. Tenían 35 años conviviendo bajo un mismo techo, durmiendo bajo las mismas sabanas y compartiendo sueños y realidades separadas.
Ella le respondió: “Caramba José, esposo mío, como me pides que me vaya de la casa, es el único techo que tengo y además con todo el tiempo que tenemos conviviendo juntos, como me puedes decir una cosa así, mientras sus ojos se inundaban de un llanto profundo, un llanto que acompaña a las almas que vagan en vida con el sustento de una esperanza sin cumplir. Él volvió a ser reiterativo. Desde ese instante a la desafortunada Calmita le entró un dolor de cabeza tan fuerte como puñalada de Caronte.
Hago una pausa mientras me pierdo en la canción “The One That You Love“ de Air Supply. Pienso en Calmita y en su alma perdida...inconforme...me la imagino cada luna llena regresando del más allá vestida del blanco más puro y celestial observando a su querido José dormir placidamente ... Para él, se había cumplido la promesa... “hasta que la muerte los separe”.
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